
Monte Olimpo
Ascensión al monte Olimpo
Si es frecuente que las montañas más llamativas hayan adquirido tintes míticos a lo largo de los siglos, una de las más significadas es sin duda el monte Olimpo, sede de los dioses de la mitología griega y trono desde el que un iracundo Zeus lanzaba sus rayos sobre dioses, héroes y mortales. No se me había ocurrido la posibilidad de ascender a esta montaña hasta que mi cuñado Javier, avezado montañero y coleccionador de cumbres notorias, me tentó para iniciar esta interesante aventura.
Aunque muy aficionado al senderismo, me considero lejos de ser un alpinista y no tenía nada claro que fuese capaz de llegar a los casi 3.000 metros de altura que alcanzan las cumbres que forman el Olimpo, pero tampoco era capaz de imaginar las dimensiones de esta montaña. Al acercarnos por la amplia llanura litoral que forman las costas griegas en su parte nororiental mi confianza se redujo bruscamente al contemplar en la distancia la imponente mole que supone este obstáculo natural. El monte Olimpo se yergue como una colosal masa de piedra surgiendo desde el nivel del mar y elevándose hasta una altura que resulta imponente y aparentemente inalcanzable para las modestas fuerzas de un aficionado como yo (figura 1).
Figura 1. El imponente aspecto del monte Olimpo
Como suele ser habitual, hicimos noche en un agradable hotelito en el pueblo de Litochoro, que está situado a los pies de la ilustre montaña y resulta sorprendente porque recuerda más a una localidad alpina de Suiza o de Austria que a un pueblo del Mediterráneo que está al borde del mar azul y que disfruta de temperaturas muy elevadas. Desde la habitación del hotel podíamos divisar la imponente cumbre del Olimpo, muy cerca en la distancia, muy lejos allá en lo alto.
Existen diversas vías y formas de acometer la ascensión. Nosotros elegimos la más fácil y frecuentada, que consiste en llegar en coche hasta el aparcamiento de Prionia. Se trata de una carretera de 17 km que asciende hasta los 1.100 metros de altitud y permite ahorrar unas cuatro o cinco horas de aproximación por el fondo del valle. En Prionia hay un buen restaurante y un amplio aparcamiento. Allí dejamos el coche e iniciamos la ascensión sin prisas, a eso de 11 y media de la mañana de un soleado día de finales de mayo. El objetivo era llegar al refugio A, generalmente conocido por el apellido de la familia que lo promovió y regentó, los Zolotas.
La subida al refugio no tiene gran dificultad pero se hace dura por el importante desnivel que hay que superar en una distancia bastante corta. Son 1.000 metros de desnivel, puesto que el refugio se encuentra a 2.100 metros, y la distancia a recorrer es de algo más de 6 km. Es decir, un recorrido con un grado de inclinación medio superior al 33%, lo que da idea de que se trata de una ascensión no muy larga pero con un fuerte y constante desnivel.
Hace mucho calor a pesar de que estamos a finales del mes de mayo. No dejamos de pensar en el infierno que debe suponer esta ascensión en los meses de verano cuando las temperaturas son unos 12 grados superiores y cuando la hacen la mayor parte de los turistas. Afortunadamente la mayor parte de las ascensión se hace bajo la sombra de un espeso bosque de coníferas y de vez en cuando se disfruta de espectaculares vistas sobre los imponentes riscos que aspiramos a vencer (figura 2).
Figura 2. En el trayecto hacia el refugio A
Subo con soltura durante las dos primeras horas pero poco a poco el cansancio hace mella y la andadura se vuelve más lenta y más penosa. Los últimos tramos se hacen muy largos y tengo que hacer algunas paradas para recuperar el resuello y las piernas. Lo escarpado del terreno no parece dejar una explanada donde poder construir un refugio por lo que los esfuerzos destinados a verlo desde abajo resultan infructuosos. No obstante, subimos a un ritmo bastante aceptable (al menos para mi nivel) y adelantamos a algunos excursionistas que suben con más dificultad que nosotros. Nos llama la atención en particular una pareja de americanos de unos cuarenta y tantos años de edad. Ella sube con gran dificultad y esfuerzo tratando de izar su voluminoso culo, algo que debe resultarle verdaderamente arduo. Nos admira el empeño de esta mujer, obviamente muy poco dotada para el ejercicio físico, sufriendo en una ascensión probablemente dedicada a satisfacer los deseos de su marido.
Tardamos 2 horas y 45’ en completar la ascensión hasta el refugio, lo que es el tiempo que se considera normal, aunque algunos lo hacen en menos tiempo y otros tardan mucho más. Este tiempo supone haber subido durante algo menos de 3 horas a una media de 6 metros de desnivel por minuto, lo que nos parece bastante satisfactorio. Al llegar al refugio lo primero que hacemos es tomarnos sendas cervezas Mythos que nos saben a gloria. Yo bebo la mía de una sentada, sin parar casi ni para respirar.
El refugio está construido sobre un imponente promontorio rocoso y constituye un auténtico nido de águila (figura 3). No es de extrañar que no pudiésemos verlo desde abajo. La esperada explanada no existe y el refugio es una estación artificial en medio de las abruptas pendientes por las que el monte Olimpo desciende rápidamente hacia el Mediterráneo.
Figura 3. El refugio Zolotas, colgado en mitad de la acusada pendiente del monte Olimpo
Pasamos la mayor parte de la tarde descansando en los alrededores del refugio, tomando el sol, preguntando a los montañeros que bajan de la cumbre y observando desde nuestro gran mirador a quienes suben penosamente por el sendero que serpentea algunos centenares de metros más abajo, el mismo que hemos recorrido nosotros pocas horas antes. El refugio es amplio, con capacidad para 100 personas, aunque en esta época del año hay todavía poca gente y sólo vamos a pernoctar una docena de aspirantes a coronar el Olimpo. Consta de varias habitaciones con literas. Compartimos la nuestra con dos suizos y un joven americano que es bombero en Colorado. Desde la terraza la vista es espectacular (figura 4). A nuestros pies el valle se abre progresivamente despeñándose más de 2.000 metros hasta remansarse en la planicie que se une al mar. A la salida del valle se ve, casi se adivina, el pueblo de Lithochoro y sorprende pensar que hace sólo unas pocas horas veíamos el paisaje completamente al revés, desde el pueblo y contemplando una montaña aparentemente inaccesible. Al fondo, el Mediterráneo azul se confunde con el cielo formando una línea de horizonte apenas perceptible.
Figura 4. La vista desde el refugio sobre el valle, el pueblo de Litochro y el mar Mediterráneo
A medida que el sol se pone la temperatura baja rápidamente. Hace frío y el refugio resulta un poco inhóspito hasta que a última hora encienden el fuego en la chimenea del salón principal. En el dormitorio hace un frío intenso pero disponemos de tres mantas gruesas por persona, lo que nos permitirá dormir bastante confortablemente. Cenamos unos estupendos espaguetis preparados por el equipo del refugio, que es muy amable y eficaz. Nos planteamos la duda de si nos atreveremos a tomar una ducha sabiendo que las instalaciones no disponen de agua caliente. La duda queda definitivamente despejada cuando comprobamos que el agua de los grifos no es fría, sino helada. Bueno, un día sin ducharse no es tan grave.
La noche, como suele ocurrir en los refugios, es ruidosa y no muy plácida, con frecuentes interrupciones del sueño, pero nos levantamos animosos y dispuestos a llegar a la cima a las 5h 45 ‘. Después de saborear el desayuno proporcionado por el refugio, que nos sabe a gloria, iniciamos el camino hacia la cumbre a las 7 de la mañana. El cielo está cubierto de neblina y el sol surge del mar como un disco tenue incapaz de lucir con toda claridad (figura 5).
Figura 5. Amanecer brumoso sobre el Egeo
La temperatura es suave y las predicciones meteorológicas son favorables. Nos han informado de que el camino hacia la cima está expedito y sólo será necesario atravesar algún que otro nevero. Sin embargo, a esa hora sopla un fuerte ventarrón que resulta bastante incómodo y nos hace temer por la situación que encontraremos más arriba.
El camino está muy bien señalado y no hay riesgo de sufrir equivocaciones. A los pocos metros de iniciar esta segunda etapa de la ascensión el bosque se va haciendo más ralo y abierto y al poco rato ha desaparecido completamente para dejar paso a un paisaje desolado de derrumbes y pedreras. La senda se hace más angosta y empinada y algo más arriba de la mitad del camino aparecen unas rampas muy duras en las que el fuerte desnivel, unido a que el suelo está cubierto de piedra suelta, hace que la subida sea muy lenta y agotadora (figura 6). El viento sopla cada vez con más fuerza y de vez en cuando te hace tambalear. Afortunadamente no viene de cara, lo que haría que ascensión fuese aún más penosa, sino que envía rachas de dirección variable pero principalmente nos golpea en la espalda.
Figura 6. Javier ascendiendo por las duras rampas previas al collado
Por el altímetro sabemos que el collado de Skala no debe de estar muy lejos pero estas rampas se me atragantan y tengo que parar tres o cuatro veces para recuperar la respiración y relajar las piernas. Javier, mucho más joven y entrenado que yo, sigue adelante y desaparece en la altura. Más arriba la pendiente se suaviza un poco y por fin llego al collado, que nos indica que hemos superado la parte más dura de la ascensión. Allí me espera Javier junto al joven bombero americano que ya ha hecho cumbre y está de bajada (figura 7). En el collado, como era de prever, los dioses del Olimpo muestran su enojo y Eolo en particular sopla con violentas rachas huracanadas que hacen que sea difícil mantenerse en pie sin perder el equilibrio. El ambiente es sumamente inhóspito y no te permite disfrutar de haber llegado a este punto clave de la ascensión. Cuando intentas hablar casi no te entiendes por el furor del viento. El collado forma un embudo por el que el viento que asciende del valle se precipita a toda velocidad hacia la otra vertiente de la montaña.
Al llegar al collado existe siempre una disyuntiva en la que hay que optar: el Olimpo tiene dos cumbres principales que se encuentran en direcciones opuestas: la de Mitikas a la derecha y la de Skolio a la izquierda. La primera es más escarpada, hay que trepar para llegar a la cima y ofrece precipicios vertiginosos a ambos lados de una estrecha cresta. Skolio tiene sólo 6 metros menos de altitud (2.912) pero presenta un acceso más fácil y, sobre todo, una orografía menos abrupta y menos arriesgada.
Figura 7. Javier y el bombero americano en el collado de Skala con el pico Skolio a sus espaldas
Las condiciones del viento hacen que Javier y yo apenas podamos intercambiar palabra pero ambos tenemos claro que allí nuestros caminos divergen. Él prefiere el Miticas, un poquito más alto y más arriesgado e imponente y yo tengo claro que mi destino es el Skolio, más suave y menos vertiginoso, aunque la violencia del viento me hace observar con mucha aprensión la delgada cresta que conduce a este pico.
Sin demora acometo la marcha hacia el Skolio evitando la senda cercana a la arista superior y avanzando a barlovento unos metros más abajo para evitar la fuerte sensación de inseguridad que me producen las fuertes rachas de viento. Este tramo final de la ascensión resulta sin embargo más fácil de lo esperado y al cabo de unos 20 ó 30 minutos llego a la cima. Allí lo único que hay es un vértice geodésico y unas vistas impresionantes sobre la planicie que hay al otro lado y sobre la imponente cima del Mitikas. El viento es agobiante y no deja disfrutar ni del lugar ni del paisaje, por lo que hago un par de fotos con la cámara en posición de disparo automático (figura 8) y rápidamente inicio el camino de descenso.
Figura 8. En la cima del Olimpo (pico Skolio)
Javier por su parte subía mientras tanto al pico Mitikas y después me confirmaría que, en efecto, es de más difícil acceso y tiene algunos pasos bastante arriesgados y, como se dice en argot montañero, con un “patio” muy vertiginoso (figura 9). Me alegro mucho de haber optado por el Skolio, opción que por otra parte tenía bastante clara desde el principio, porque los patios vertiginosos no tienen ningún aliciente para mí, sino todo lo contrario.
En la bajada me encuentro con la pareja de americanos del día anterior. Habían salido del refugio antes que nosotros y les habíamos adelantado en la ascensión mientras ella penaba por elevar su enorme trasero hacia la cumbre. Se encuentran en lo alto de las rampas de mayor dureza, ella exhausta por el esfuerzo. Les animo mucho al decirles que ya han superado lo peor y que el collado Skala está a sólo 15 ó 20 minutos. Sigo mi camino de descenso y ya no volveríamos a vernos. Seguro que su pundonor les impulsó hasta la cima.
A las 11 de la mañana, cuatro horas después de la partida, llego al refugio bastante cansado pero muy contento por haber hollado la morada de los dioses. Allí, disfrutando de un excelente chocolate caliente, espero a que baje Javier, quien llegaría unos minutos más tarde. Recogemos las cosas que habíamos dejado en el refugio e iniciamos el descenso hasta el aparcamiento donde nos espera el coche y el fin de nuestra marcha “olímpica”. Otras dos horas de una bajada que se nos hace interminable desandando el camino que habíamos ascendido el día anterior. A las 13 h 30’ llegamos al aparcamiento tras haber hecho esa mañana del 29 de mayo una ascensión de algo más de 800 metros y una bajada de 2.000 metros de desnivel.
Figura 9. El pico Mitikas del monte Olimpo visto desde el Skolio
Cansados y satisfechos disfrutamos de una excelente ensalada griega y unas reconfortantes cervezas en el restaurante de Prionia. Esta excursión ha sido nuestra particular forma de unirnos a la celebración del centenario de la primera ascensión “oficial” al Olimpo, acontecida el 2 de agosto de 1913 a cargo de dos montañeros suizos. Una pregunta excita nuestra curiosidad: ¿Cuántas ascensiones se habrán producido antes de esa primera registrada oficialmente a cargo de pastores, guerreros, sacerdotes o curiosos de la antigüedad?
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