El lejano Oeste

El lejano Oeste

Cuando pensamos en Estados Unidos vienen a nuestra imaginación enormes ciudades, gigantescos rascacielos, autopistas congestionadas y entornos altamente tecnificados. Pero, aunque todo eso exista sin duda, ese gran continente alberga todavía inmensas extensiones de terreno casi despobladas y algunos de los parajes naturales más bellos y espectaculares del mundo. En este artículo describo un viaje que realizamos con el fin de visitar algunos de los más famosos parques nacionales del oeste de Canadá y Estados Unidos, un viaje de más de 12.000 km por unos lugares que presentan contrastes muy marcados y paisajes casi increíbles.

Figura 1. Misión Dolores en San Francisco

Volamos a San Francisco con nuestras tiendas de campaña, sacos de dormir y demás aperos necesarios para pasar un mes viviendo al aire libre. Allí alquilamos un Buick, típico coche americano que nos daría la movilidad necesaria para poder hacer el recorrido previsto. Aunque ya la conocíamos, no perdimos la ocasión de visitar la ciudad cuyo nombre español rinde homenaje al santo de Asís, una de las ciudades más pintorescas de América, con sus nieblas permanentes, su gran bahía natural, su puente colgante, sus cuestas y colinas, su barrio chino, su bonita catedral moderna y sus misiones, testimonio de la actividad misionera durante la fugaz presencia española en lo que hoy es el potente estado de California (figura 1). 

 

Figura 2. Vancouver

Desde San Francisco iniciamos nuestro periplo tomando dirección norte y pasando sin detenernos por Portland y Seattle porque nuestro objetivo era llegar lo antes posible a los parques nacionales. Nuestra primera etapa fue pues Vancouver, bonita ciudad asomada al océano Pacífico que nos recibió con tiempo gris y lluvioso, nada excepcional por aquellas latitudes.

 

Cuando se visitan estas ciudades ricas y pujantes del oeste americano resulta muy llamativo pensar lo corta que es su vida y su historia. La región donde se encuentra la actual Vancouver fue explorada por el marino español José María Narváez a finales del siglo XVIII y el primer asentamiento estable de la actual Vancouver solo tiene 150 años de antigüedad (figura 2).

Esta historia tan reciente permite que los alrededores de Vancouver mantengan una naturaleza muy poco alterada a la que el clima lluvioso le confiere una gran belleza. Los vancuverenses tratan además de mantener vivo el recuerdo de un pasado reciente en el que la región estaba únicamente habitada por algunas tribus indígenas. El entorno es muy agradable y merece una estancia más prolongada pero a nosotros nos atraían las zonas montañosas que se encuentran algo más al norte y algo más al este de la ciudad. Así que pronto nos dirigimos hacia los parques de Jasper y Banff.

A medida que nos acercamos a la impresionante cordillera que forman las Montañas Rocosas el paisaje se hace más salvaje, la orografía más áspera y los paisajes más espectaculares. A pesar de que nos encontramos en verano, las cumbres aparecen cubiertas de nieve y las carreteras están casi desiertas pues son muy pocos los visitantes que acuden a recorrer estos lugares pese a su increíble belleza.

Figura 3. El lago Luisa

Los parques nacionales de Banff y Jasper forman una unidad pues se encuentran unidos. El de Banff, el más meridional, está situado en las proximidades de la ciudad de Calgary. Desde allí, los parques se orientan en dirección noroeste siguiendo el eje de la cordillera. Son dos típicos parques de montaña con numerosos picos que superan los 3.000 m de altitud y surcados por gran cantidad de ríos que forman lagos y cascadas que originan paisajes de variedad y armonía insuperables. La carretera 93 circula por el valle en paralelo a las alineaciones montañosas y nos permite avanza sin dificultad flanqueados por espectaculares montañas nevadas.

 

El primero de los grandes alicientes del recorrido es el lago Luisa, archiconocido y muy frecuentado lugar de veraneo porque a la excepcional belleza del entorno (figura 3) se une la facilidad de acceso, ya que es el punto del parque más próximo a las grandes ciudades de Vancouver y Calgary. Los alrededores del lago Luisa, con sus bosques de abetos y sus incomparables vistas, nos ofrecen la oportunidad de realizar caminatas que nos permiten contemplar paisajes únicos. 

Mientras recorremos la carretera 93 hacia el norte los paisajes montañosos de gran belleza se suceden uno detrás de otro. Picos nevados, ríos de aguas turbulentas, cascadas y saltos de agua, lagos con aguas de diversos colores, bosques cerrados, glaciares… Toda esa variedad imponente de los paisajes de alta montaña reunidos aquí en una sucesión increíble a lo largo de cientos de kilómetros. Y con el aliciente añadido de que a medida que avanzamos hacia el norte cada vez hay menos gente y la inmensidad de los paisajes se refuerza con una sensación de soledad y de lejanía que es muy llamativa para los que procedemos de la vieja y superpoblada Europa.

Se necesitaría toda una vida para recorrer a fondo estos inmensos parajes montañosos, por lo que tendremos que detenernos únicamente en algunos de los más sobresalientes. Toda la región ha sido erosionada y modelada por la actividad glaciar, de la que pueden observarse numerosas muestras, no en vano esta carretera es conocida como la avenida de los glaciares. A medida que los glaciares se han ido retirando han dejado en las zonas más bajas lagos de diversos tamaños y formas. Al sobrepasar un pequeño puerto de montaña divisamos  en el fondo del valle el lago Peyto, uno de los más bonitos de todo el recorrido, especialmente atractivo además porque la vista desde lo alto permite abarcarlo en su totalidad y porque cuando está iluminado por el sol toma un precioso color turquesa en el que se reflejan las montañas circundantes (figura 4).

Figura 4. Lago Peyto, Canadá

Los ríos Bow y Atabasca corren por estos valles recogiendo las grandes cantidades de agua provenientes de los glaciares y de los montes circundantes. En un momento dado podemos ver el monte Edith Cavell, el más alto de toda la provincia de Alberta, con más de 3.300 m de altitud. Es muy llamativo que el nombre de este gran pico fue puesto hace nada más que 100 años, lo que nos demuestra que la incorporación de estos territorios a la cultura occidental es muy reciente, y es también muy curioso que recibiese el nombre de una enfermera británica que fue ejecutada por el ejército alemán durante la I Guerra Mundial.

 

Figura 5. Isla de los Espíritus, en el lago Maligne

En el centro del parque de Jasper y cerca del pueblo que le da nombre se encuentra otro lago especialmente atractivo, el Maligne. Es un lago estrecho y alargado (1,5 x 22 km) que recibe sus aguas del río de igual nombre. Este curioso nombre, procedente de la palabra francesa “malignant”, que significa “maligno”, le fue puesto por la turbulencia extrema que presentan las aguas de dicho río en la época del deshielo. Por todo ello las aguas de este lago están con frecuencia revueltas y opacas y hacen honor a su siniestro nombre. Dentro de este lago existe una pequeña isla, muy pintoresca, que también recibe un nombre alusivo: isla de los Espíritus. Este lugar une pues su belleza excepcional a un cierto carácter de misterio y amenaza que se adecua muy bien a la soledad del lugar. Las vistas son muy cambiantes dependiendo de la variable meteorología de la alta montaña y no es raro que la niebla, la lluvia, el frío o la nieve hagan que la isla de los Espíritus se adapte a su nombre flotando sobre aguas grises y opacas en medio de un entorno sombrío (figura 5).    

 

El aislamiento y el tamaño de los parques nacionales de Banff y Jasper los convierten en un refugio incomparable de una fauna muy rica y muy valiosa. No siempre es fácil avistar los ejemplares más buscados porque los animales suelen ser huraños y prefieren refugiarse en los lugares más inaccesibles, pero la riqueza faunística es tal que si pasamos unos pocos días en este territorio tendremos seguramente la oportunidad de ver algunos ejemplares de osos, coyotes, lobos, alces, ciervos, etc. La emoción que siempre supone el avistamiento de grandes mamíferos esquivos se ve en este caso aumentada por la sorpresa, ya que nunca se sabe cuándo va a aparecer un animal, y por la belleza de un entorno natural tan singular (figura 6).      

Figura 7. Los géyseres, uno de los grandes atractivos de Yellowstone

Figura 6. Un gran oso sale del bosque en el parque Jasper


Con harto sentimiento hemos de abandonar estos territorios canadienses y tomar rumbo hacia el sur, pues nuestro plan es visitar muchos otros lugares naturales de la costa oeste de los Estados Unidos. Desandamos, pues, parte del camino recorrido y tras pasar por Calgary cruzamos la frontera y entramos en el estado de Montana. De paso hacia Yellowstone hicimos noche en el bosque nacional dedicado a Lewis y Clark, adonde llegamos muy tarde, ya de noche, y pasamos una noche toledana. No habíamos calculado la altitud de este territorio y aunque estábamos en verano la noche a más de 2.500 m de altitud fue extraordinariamente fría. Casi no pudimos dormir. Además, al acampar a oscuras, nos habíamos situado en una zona de umbría y al levantarnos el frío era insoportable por lo que recogimos y nos marchamos sin lavarnos y sin desayunar. El agua de la única fuente del lugar, aparte de estar helada, manaba mezclada con barro y tenía un repugnante color entre marrón y rojizo.

 

De ahí nos dirigimos al parque nacional de Yellowstone, uno de los objetivos principales de nuestro viaje. Se definió como parque nacional en 1872 y pasa por ser el primer parque nacional del mundo, el modelo en el que se han inspirado los miles de ellos que desde entonces se han declarado en todo el planeta. Tiene una gran dimensión (casi 9.000 km2) y ocupa parte de los estados de Wyoming, Idaho y Montana. Forma un ecosistema extraordinariamente valioso y variado, con montañas, ríos, cañones, cascadas, bosques y una intensa actividad geotérmica (figura 7).

La variedad de atractivos, el gran tamaño del territorio, los bosques, la riqueza de la fauna, hacen de Yellowstone otro de esos lugares únicos que uno nunca se cansa de visitar y de recorrer. Además, la buena organización de los americanos facilita grandemente el disfrute de los visitantes. El parque cuenta con toda clase de servicios y en su interior hay varios terrenos de acampada que permiten el enorme placer que supone poder pasar unos días sin tener que salir de un entorno tan especial y pernoctando en medio de una naturaleza rica y exuberante.

Figura 8. Bisontes en Yellowstone

Uno de los grandes alicientes de Yellowstone es la posibilidad de avistar grandes mamíferos, principalmente el lobo y el bisonte americano. El primero es más difícil de ver y cuando se consigue suele ser a gran distancia, pero las imponentes manadas de bisontes son relativamente fáciles de avistar e incluso es frecuente que algunos grandes ejemplares estén muy cerca de la carretera. El bisonte americano, que hasta hace poco tiempo era señor indiscutible de las enormes praderas americanas, ha desaparecido de muchos lugares y el poder contemplar las grandes manadas que pastan tranquilamente en el parque de Yellowstone es un espectáculo evocador que nos retrotrae a tiempos pretéritos, no muy antiguos pero sí muy distantes de nuestro mundo moderno (figura 8).

 

Figura 9. Vista del parque nacional Grand Teton

Desde Yellowstone proseguimos nuestro recorrido hacia el sur pasando por el parque nacional Grand Teton, unido al anterior. No reviste el interés y la espectacularidad de Yellowstone pero también cuenta con excelentes vistas de lagos y montañas y con lugares ideales para practicar el senderismo. Los paisajes son aquí más suaves y menos abruptos, los bosques menos densos, la fauna menos visible. Las altitudes, menores, hacen que el clima sea más benigno (figura 9).        

 

Al seguir hacia el sur el paisaje va cambiando con gran rapidez. Las montañas rocosas con sus nieves, sus lagos, sus cascadas, sus ríos y sus bosques, van dejando paso a un territorio cada vez más seco y más árido, la vegetación se va haciendo más rara y el desierto se adivina cada vez más próximo. Poco más de 200 km separan el Grand Teton de la ciudad de Salt Lake City, capital del estado de Utah y centro religioso de los mormones, sin embargo,  y a pesar de estar todavía al pie de las montañas, presenta un paisaje completamente diferente en el que domina el aspecto desolador del lago salado que da nombre a la ciudad. Solo paramos para comprar provisiones pues nada nos interesa de esta ciudad moderna y provinciana.

Figura 10. Arcos de piedra en Arches

Nada más salir de Salt Lake City en dirección sureste nos adentramos en el desierto. Y hay que decir que se trata de un verdadero desierto. El sol abrasa un terreno árido desprovisto de cualquier tipo de vegetación, por todas partes nos rodea la arena y puedes recorrer cientos de kilómetros sin encontrar un asentamiento humano. Es el desierto que todo lo rodea, todo lo quema. Resulta increíble pensar que estás en Estados Unidos y todavía mucho más que hace unas pocas horas estabas en los lagos azules del Grand Teton.

 

Pronto llegamos al parque nacional de los Arcos (Arches) un pequeño territorio en el que los caprichos de la erosión han formado un insólito conjunto de arcos de piedra naturales, nada menos que unos 2.000. Estamos en una zona desértica en la que caen menos de 250 mm de lluvia al año, y los yacimientos salinos del subsuelo son los responsables de que las fallas y la erosión acabasen produciendo estas formaciones admirables y caprichosas. Para hacer el espectáculo más completo, las rocas que hoy pueden verse y que forman los arcos son areniscas de colores rojizos o asalmonados que bajo el sol del desierto toman tonalidades sorprendentes (figura 10).

Figura 11. Atardecer en el Monument Valley

Un poco más al sur, en la confluencia de los estados de Utah, Arizona y Nuevo México encontramos otro parque nacional que nos atraía especialmente, el Monument Valley. Se trata de un territorio de la meseta de Colorado en el que a lo largo de los milenios la erosión de los ríos ha arrastrado una gran parte del terreno dejando únicamente algunos cerros aislados de formas caprichosas. En general, estas formaciones, que llegan a alcanzar hasta los 300 metros de altitud sobre la base de la meseta, presentan colores rojizos muy vivos que confieren al lugar una belleza y un atractivo muy especiales (figura 11).

 

Figura 12. Puesta de sol en el Monument Valley

Desde que en los años 1930 John Ford adoptó este lugar como escenario de muchas de sus famosas películas del oeste, se convirtió en la imagen por excelencia del tópico lejano y salvaje oeste americano. Efectivamente, es un lugar lejano, al que no es fácil llegar; y es un lugar árido y desértico al que cuadra bien el adjetivo de salvaje. Pero, también es un sitio mágico, un capricho de la naturaleza, un  paraíso para los geólogos, un juego de luces y colores inverosímiles.

 

A los pies de uno de estos cerros plantamos nuestra tienda de campaña y aquí pasamos una noche inolvidable en el silencio absoluto del desierto y contemplando a nuestras anchas, para nosotros solos, el doble espectáculo de luz y color que es la puesta de sol y el amanecer en un lugar único. Es verdaderamente inefable (que no se puede describir con palabras) el conjunto de sensaciones que producen esos momentos, desgraciadamente demasiado breves, en los que las luces y los colores van cambiando casi imperceptiblemente pasando por una gama increíble de matices y claroscuros (figura 12).     

Figura 13. El Gran Cañón del Colorado

La siguiente etapa era otro de los platos fuertes del viaje, el Gran Cañón del Colorado. Se trata de uno de los accidentes geológicos más conocidos y más impresionantes del planeta, ya que a los largo de millones de años el río Colorado ha excavado una garganta de proporciones gigantescas. El Cañón tiene más de 400 km de longitud, con una anchura que sobrepasa los 15 km y en algunos lugares llega casi a los 30. La profundidad es tal que en muchos lugares el río Colorado fluye 2.000 m más debajo de los bordes del cañón. Todo ello dejando a la vista capas y capas de estratos de diversos colores y texturas, lo que supone un espectáculo grandioso y, una vez más, único.

 

También aquí tuvimos el placer de acampar en las cercanías del Cañón y aunque en este caso no disfrutamos de la soledad de otros lugares menos turísticos sí tuvimos la oportunidad de oír los aullidos de los coyotes como telón de fondo de una bonita noche estrellada.

El Cañón del Colorado es uno de esos lugares donde puedes pasar horas contemplando unas panorámicas inabarcables que te dejan sin habla ante la grandiosidad de una naturaleza tan sorprendente. Aunque te hayan explicado repetidas veces cómo se formó mediante la acción paciente y constante del río y cómo los diferentes estratos claramente visibles indican capas de materiales diversos acumuladas a lo largo de muchos milenios, la inmensidad de los espacios y de las escalas de tiempo que hemos de manejar es tal que resulta muy difícil imaginar el juego de estos fenómenos grandiosos. El Cañón impacta por su belleza cromática y por su inmensidad solitaria y salvaje, pero al mismo tiempo sobrecoge y abruma (figura 13).

Personalmente, puedo decir que el Cañón me provocó un conjunto de sensaciones un tanto ambiguas. Por una parte, la belleza y la grandiosidad de los paisajes producidos por el Colorado y su carácter singular me produjo la enorme satisfacción de  haber cumplido el deseo de visitar uno de los fenómenos de la naturaleza más espectaculares que existen en todo el mundo. Pero, de otra parte, las enormes dimensiones de un fenómeno que resulta inabarcable para la vista humana, me dio la impresión de que todo era demasiado grande para poder apreciarlo bien y para poder abarcarlo en su conjunto. Desde muchos lugares tienes vistas impresionantes y de gran belleza cromática pero en todos ellos tuve la sensación de ver una parte demasiado reducida del conjunto.

Figura 14. El Valle de la Muerte

Después de visitar el Gran Cañón tomamos dirección oeste iniciando nuestro viaje de retorno hacia la ciudad de San Francisco, aunque todavía teníamos que visitar algunos lugares muy interesantes. De camino visitamos la ciudad de Las Vegas y la famosa presa Hoover, que represa las aguas del impetuoso Colorado y abastece de agua a la ciudad de Los Ángeles.

 

También queríamos pasar por el Valle de la Muerte (Death Valley), un lugar que nos atraía mucho por la fama que tiene de ser uno de los lugares más cálidos y más desolados del mundo. Hoy es un parque nacional situado entre los estados de Nevada y California y forma parte de un conjunto de desiertos muchos más extensos, el desierto de Mojave y el desierto de Sonora. En el Valle de la Muerte se encuentra una depresión denominada Badwater que es el punto de menor altitud de toda Norteamérica pues se encuentra a 86 m bajo el nivel del mar. Aquí se han registrado las mayores temperaturas del mundo (58ºC), aunque por las noches pueden caer hasta los 0º.          

La mayor parte de los viajeros evitan la ruta que cruza el valle porque temen las consecuencias muy penosas que puede provocar cualquier avería y cualquier pequeño accidente. Las advertencias a los consultores son constantes y bastante alarmistas. Entre otras cosas se recomienda con vehemencia que se apague el aire acondicionado de los coches para no exigir tanto esfuerzo a los motores.

Nosotros hicimos el recorrido sin ningún contratiempo y paramos en varias ocasiones para respirar el aire abrasador de este impresionante lugar. Al descender del coche estás rodeado de una gran extensión de arena fina y blanca que actúa como un espejo y refleja con violencia los rayos del sol. Desconocemos la temperatura que se registraba en aquel momento pero las sensaciones eran muy fuertes. El aire quemaba y parecía que no podías respirar o que lo hacías con mucha dificultad. El sol también producía un efecto abrasador particular: no es como cuando en verano pasas un rato bajo sus rayos y vas notando que cada vez te quema más; por el contrario, desde el primer momento sentías que te hacía daño, como si estuvieses demasiado cerca de una potente fuente de calor como un horno o una chimenea. No te calentaba; literalmente, te quemaba (figura 14). Y tenías la desagradable sensación de que en aquel entorno inhóspito, efectivamente, cualquier pequeño percance podía hacer que lo pasases muy mal. Así que lo mejor es montar en el coche y poner rumbo lo antes posible hacia lugares más amables.

Figura 15. Vista del valle de Yosemite

Y así llegamos, ya relativamente cerca de San Francisco, al último de los grandes hitos de nuestro viaje por el lejano Oeste, el famoso parque nacional de Yosemite, uno de los más conocidos y visitados, tanto por su extraordinaria belleza como también por ser más accesible desde los grandes núcleos habitados.

 

Yosemite es otra joya de la naturaleza, fruto una vez más de la acción moldeadora de los glaciares. Tiene una superficie de 3.000 km2 y en su interior se encuentran todos los atractivos de los paisajes de origen glaciar: montañas, ríos, cascadas, bosques, gargantas, prados, y una gran biodiversidad.

Pero lo más llamativo y conocido de Yosemite son sus espectaculares batolitos graníticos que emergen de la Sierra Nevada y forman espectaculares moles pétreas que son el lugar ideal para los amantes del alpinismo (figura 15). Algunas de estas formaciones reciben nombres sugerentes y son referentes esenciales para las personas aficionadas a la montaña: El Capitán, Half Dome, etc.

En Yosemite podemos contemplar paisajes de una gran plasticidad en los que contrasta la aridez y rotundidad del gris granito, con el verdor de los grandes bosques de secuoyas y de abetos, con la belleza de las cascadas y saltos de agua y con la placidez de los riachuelos que fluyen por el valle (figura 16).   

Pese a que la belleza de los paisajes y la fácil accesibilidad hacen de Yosemite uno de los parques más visitados del mundo, como suele ocurrió en los entornos de montaña, la mayor parte de esos visitantes se concentran en las zonas bajas y cuando nos adentramos por senderos que ascienden hacia terrenos más abruptos podemos disfrutar de toda la belleza de una montaña muy natural, muy bien conservada y templo de una riquísima biodiversidad.

Figura 16. Yosemite

Yosemite era pues el lugar ideal para poner término a este viaje apasionante que nos había llevado a visitar algunos de los lugares naturales más interesantes y bellos de Canadá y Estados Unidos, en un recorrido muy largo pero pleno de alicientes y sorpresas. Probablemente en ninguna otra parte del mundo es posible contemplar en unas pocas semanas tal diversidad de paisajes y de lugares en los que la naturaleza muestra toda su riqueza, su variedad, su espectacularidad y su belleza.