Etapa 7ª. El Burgo Ranero-León

Es ésta otra etapa larga, muy larga, y complicada. Salgo temprano de El Burgo Ranero, en pos, como siempre, de la sombra que se refleja en las paredes de adobe de las casas tradicionales de la zona (figura 21). Como tantos otros días en nuestra sorprendente meseta, a pesar de estar a mediados de junio, hace frío y viento. En algunos momentos caen algunas gotas de lluvia, pero muy ligeras.

El camino sigue siendo llano y recto, una línea que parece infinita y que da tiempo para pensar en todas las cosas, ese tiempo que es una de las notas características del Camino.

Figura 21. Mi sombra sobre el adobe a la salida de El Burgo Ranero

A mitad de la etapa, más o menos, se atraviesa el único pueblo importante del recorrido, Mansilla de las Mulas, que conserva restos de una muralla antigua. Al pasar Mansilla todavía es muy pronto para terminar la etapa. Todas las iglesias están cerradas, también los albergues. Así que, no queda más que comer un poco y seguir la andadura.

Al llegar a Puente Villariente, con 24 kilómetros en las botas, el cansancio es ya intenso y la larga caminata ha hecho que las ampollas se reprodujesen o apareciesen otras nuevas. Los 13 km que faltan para llegar a León son una barrera excesivamente alta para mis capacidades.

 

Figura 22. La catedral de León

Además, según todas las informaciones, se trata de un trecho especialmente ingrato porque es una larga entrada en la ciudad atravesando polígonos industriales interminables. ¿Qué hacer? ¿Quedarse en Puente Villariente y afrontar la travesía de los polígonos a la mañana siguiente? 

Al final opto por una solución pragmática que más de uno me ha recomendado: tomar un autobús hasta León. Mientras espero la llegada del autobús llegan tres peregrinos procedentes de Getafe, que han empezado su recorrido en Sahagún, el día anterior: Sonia, Carlos y Fernando. Carlos va bien pero los otros dos tienen fuertes dolores, Sonia en los pies y Fernando en una rodilla. Hacemos juntos el trayecto en autobús hasta León y luego hasta el albergue.

Nos alojamos en el albergue que tienen las monjas carbajalas en el centro de la ciudad, cerca de la catedral. Es un albergue grande, limpio y bueno. Consta de tres grandes dormitorios colectivos, una para varones, uno para mujeres y otro para parejas. Tomamos posesión de nuestras respectivas literas y hacemos las tareas habituales de lavar y tender la ropa.

A pesar del cansancio y el dolor de pies, doy una vuelta por el centro y visito, una vez más, la catedral, donde asisto a la misa (figura 22). Después, ceno por la zona: la cercanía al albergue prima sobre cualquier otra consideración.

Antes de acostarme asisto a completas en el propio convento de las carbajalas. ¡Qué diferencia con la ceremonia de Carrión! Aquí son todas monjas mayores, que no hablan más que español y que regañan a todo el mundo.